jueves, septiembre 01, 2011

(fragmento que publico con la esperanza de que verlo aquí me ayude a terminar el cuento)

Durante las reuniones del equipo las compañeras hablaban y hablaban y subían mucho el tono. Tanto, que sus voces parecían tocar el techo (que era alto). Él las imaginaba como cantantes de ópera; como insoportables sopranos en plena exhibición de su energía vocal.
En esos momentos habría querido hacer algo, pero qué, para detenerlas. Esos discursos sobrecargados de jerga técnica y sin embargo rabiosamente apasionados le hacían daño. Entendía lo que decían, lo que querían decir, pero no se trataba de entender. Había una guerra en curso. Y él, aunque de ningún modo era el enemigo, no conseguía tampoco hacerse a un lado.
El enemigo real era el director. El coro estrepitoso se dirigía hacia ese flaco cuarentón, fofo y pelirrojo, con una mirada fría y azul detrás de los lentes de diseño, una mirada fría y azul que paseaba lentamente por los rostros de todos, junto a una semisonrisa irónica indeleble que jugaba a la perversión. Su silencio agresivo exasperaba a las voces. Ariel no soportaba la tensión.

(...)