jueves, agosto 25, 2011

Experiencias de alguien que perdió cuarenta y cinco quilos (y vive para contarlo)

Es un asunto personal, así que podría abstenerme de publicarlo. Pero al mismo tiempo es público -porque no se adelgaza tanto sin que sea visible para todos- así que me lo permito, incluso con algún detalle, en caso de que sirviera de auxilio para quienes estén en una situación similar.

En primer lugar:

-Nadie cree que uno sea uno. (Peor aún si, como hice yo, aprovecha la nueva flacura de la cara y se quita la barba después de haberla usado durante casi veinte años ininterrumpidos. "Es que se estaba llenando de canas...").

En segundo:

-Uno debe presentarse como si fuera un desconocido ante personas que hace tiempo no ve. Y explicar, desde luego, "cómo hizo para adelgazar". (Peor aún, tranquilizar; "no, no estoy enfermo". Enseguida imaginan alguna tremenda enfermedad que se lo devora a uno por dentro... Y uno pasa buena parte del día declarando sobre dietas y cambios de hábitos)

En tercero:

-Debe soportar las nuevas comparaciones. Basta concurrir a una reunión familiar. Los mayores lo encontrarán sorprendentemente parecido a una galería de antepasados de los que uno ni siquiera sospechaba su existencia. Todo acompañado por la exhibición de polvorientas fotografías en blanco y negro de dichos señores y señoras adustos y de otros siglos. Es notable, pero ni uno solo de esos señores y señoras se parece ni lejanamente a uno).

En cuarto:

-Se divierte con la posibilidad de no saludar -impunemente- en la calle a viejos conocidos indeseables. (Esto es de las mejores cosas).

En quinto:

-Se pregunta cómo hacía para caminar cuando contaba con aquella enormidad de quilos.

Y en sexto y último:

-Debe gastar mucho dinero en ropa, porque del antiguo vestuario sólo sirven las medias y los zapatos.