martes, mayo 18, 2010

Soprano

Años atrás, yo me divertía y vengaba imaginando a cierta compañera de trabajo como una gorda cantante de ópera. Porque sus agudos gritos de protesta alteraban la paz de las reuniones del equipo. La alteraban muy a menudo, ya que ése era el único modo en que ella sabía estar. Hoy opino que la dominaba por completo el lirismo; creía que sus ilusiones sobre “justicia” e “igualdad” podían aplicarse tal cual, en forma bruta, no modificada. Todo era simple y prístino.
Los años cambian el punto de vista, pero según me dicen, no el de ella. Aún suelta sus gritos, a su avanzada edad, en las reuniones del equipo, escandalizando a los funcionarios más jóvenes. Cuando yo era joven mi escándalo se convertía en sarcasmo y hoy, en cambio, veo el costado sufrido de esa mujer. Veinte años pasaron; ella todavía se desespera porque la realidad va muy por debajo de sus expectativas. No diré que la perdono -todavía resuenan en mis oídos aquellas notas agudas, estropeando mis mañanas laborales- pero el recuerdo ya tiene un tinte más conmiserativo que burlón.
Además, con el tiempo he aprendido a apreciar la ópera.