sábado, abril 11, 2009

El frío

Acabo de leer, en el suplemento cultural de un diario argentino que compro los fines de semana -porque los de mi país son tan repulsivos que me hacen pensar invariablemente en la emigración o el genocidio-, unos fragmentos de las cartas que William S. Burroughs envió a su colega y amigo Allen Ginsberg desde algunas regiones de Colombia, donde buscaba hierbas nativas alucinógenas. La verdad: me importó poco el interés narcótico de Burroughs ya que, por lo general, no me importa el de nadie; el consumo de sustancias es para mí un asunto que no merece ni la mitad de la atención que despierta y en mi caso particular prefiero el accesible alcohol del supermercado o el almacén. Pero en cambio me atrajo la oscura y gélida pintura de las personas, los pueblos, los paisajes, las comidas, los hoteles, los ómnibus, que aparece en esas líneas. En la acerada mirada de Burroughs, el sol jamás brilló ni calentó una sola piedra de las calles de Bogotá ni de Cali ni templó por un segundo siquiera el carácter de sus habitantes. Tal vez no es certera, pero en todo caso quiebra la imagen que se me representaba cuando oía al pasar la palabra "Colombia".
Y, en cierto modo -pienso-, ese quiebre sería el principal logro de cualquier escritura, incluso de la más trivial.