lunes, mayo 04, 2009

Grandes momentos de la ficción barata (1)

La enorme familia -al parecer no falta nadie, jóvenes y viejos, todos con ropas vistosas y caras, y como recién salidos de la peluquería y de la maquilladora- se amontona en sillas ante el amplio y pulcro escritorio del solemne médico, quien, sentado en su imponente y moderno sillón de cuero, en bata inmaculadamente blanca y corbata a rayas, mantiene un oscuro silencio ante los angustiosos reclamos de acento caribeño:
-¡Por favor, Doctor, díganos qué tiene, qué le sucede, por favor, díganos ya, por el amor de Dios, Doctor, qué sucede, qué le pasa, ¿es grave?, ¿es muy grave? díganos por favor, Doctor, díganos ya, por favor que estamos sufriendo, díganos qué le sucede, qué le pasa, ¿es grave, Doctor? ¿qué tiene?, ¿qué tiene?, díganos ya, Doctor, por favor, por el amor de Dios!
Al profesional le cuesta confesar la verdad. Sin duda un consultorio gigantesco como la sala de tránsito de un aeropuerto internacional no hace menos dura la vida de un médico.
La música de fondo -una nerviosa vibración de contrabajos y violoncelos- prepara su respuesta. Aunque todavía los familiares, agolpados, sin consuelo, insisten:
-¡Por favor, Doctor, ¿qué tiene?, díganoslo ya, Doctor, por el amor de Dios, ¿qué tiene?, Doctor, Doctor, por favor, díganoslo ya!
Por fin el profesional se adelanta en su asiento. Baja los párpados para sentenciar, en tono fúnebre y sonoro:
-Le funciona mal la sangre.
Gran estruendo de contrabajos y violoncelos, las caras horrorizadas de la familia, no se sabe si por la noticia o por el estruendo.