martes, diciembre 19, 2006

El espíritu de la Navidad

Este mediodía, al rayo del sol y apurado por llegar cuanto antes a una reunión de trabajo, noté, en medio de mi búsqueda de un taxi que contrariamente a los días normales (es decir aquellos no anteriores a la navidad) no aparecía por ninguna parte pese a que éste es el centro de la ciudad (cómo puede ser que no haya un solo taxi, pensaba, vigilante como un halcón y perdido como una laucha), vi, casi por el rabillo del ojo, al hombre que odiaba a la navidad. O quizás debería decirlo así: el Hombre que Odiaba a la Navidad. Es un personaje casi folklórico, de ésos que la crónica aún no recoge o que quizá no recogerá jamás y cuya rareza es directamente proporcional a su patetismo y su patetismo a su evidente enfermedad mental. Un pobre viejo. Un loco. Deambula por la zona con su traje gris manchado de toda clase de grasas y de polvo, es gordo y calvo y casi se diría que sus pasos descalzos se oyen a la distancia de tan poderosos, que casi se oyen en medio del júbilo y de la otra locura, la callejera, la del resto de nosotros. Masculla contra la Navidad y lo hace todo el año; esta tarde parecía particularmente -y, por otra parte, entendiblemente- perturbado. Agitaba los brazos y discutía con el aire. Porquería de Navidad. Jesucristo nació diablo. ¡Fuera, fuera, fuera! Sí... Dejé de mirarlo y seguí mi búsqueda. No había un solo taxi. La navidad se los había llevado.