miércoles, febrero 22, 2006

La puerta vidriada del cibercafé se abrió y entró una chica en todo su esplendor -era verano, abundaban los esplendores femeninos, las amplias regiones de piel a la vista, pero ella, además de bronceada -al parecer recién volvía de sus vacaciones-, además de bronceada -en un tono más rojizo que cobrizo- era muy bonita, en parte debido a su juventud -sólo las muy feas no son bonitas cuando jóvenes- y en parte debido a cierta modesta sensualidad que es difícil describir pero que se entiende si digo que no era la de un personaje de ficción sino la de una mujer de las que se pueden ver en la calle.
Y, por otra parte, no se crea que lo único que hago en los cibercafés es mirar a las chicas.