miércoles, febrero 15, 2006

Romanticismo, hoy

En el cibercafé, a mi izquierda, dos máquinas más allá (y vacía la del medio), hay una muchacha cuya actitud, fisonomía, sonidos y movimientos me enternecen y me hacen pensar en una nueva versión -acorde a estos tiempos- de un cuadro romántico en el que una adolescente de vaporoso vestido escribe, con emoción y tal vez picardía, en su diario íntimo, en su dormitorio, alejada de las miradas adultas y ajenas. Por cierto que la chica a mi izquierda está expuesta a todas las miradas y no tiene un vestido vaporoso ni nada parecido sino una simple remera anaranjada (comprada tal vez en una liquidación), pollera de tela jean muy desgastada, y está descalza sobre las chinelas que dejó abandonadas en el suelo. Sólo podría aplicarse el adjetivo "vaporoso" a su manera de teclear, tan leve y ágil, como si tocara una melodía silenciosa en un piano de juguete. Y a sus risitas contenidas, a solas, o mejor dicho en diálogo con quién sabe quién, alguien quizá del otro lado del mundo que aparece en el chat. Su actitud es coqueta, a pesar de que el otro no la ve (no hay webcam en su máquina). Se mueve con gracia, casi diría que se contonea, mientras mantiene las piernas muy cruzadas (el pie derecho enganchado tras la pantorrilla de la pierna izquierda; el pie desnudo, ambos pies desnudos y los dedos participando expresivamente del diálogo todo el tiempo). Sí, un cuadro de la antigüedad, en una nueva versión. Me digo que nada realmente cambia, excepto las apariencias y una o dos circunstancias.