martes, diciembre 20, 2005

Máquinas

Entré a la sala. Llevaba el pilot puesto aunque finalmente no había llovido. Sirvió como una molestia durante todo el día en vez de una protección. Gabriela cosía un botón a una camisa, sentada en esa cama que utilizamos como sofá. No nos saludamos, lo cual no quiere decir que nos llevemos mal.
—Gabriela —dije, leyendo el diario que acababa de levantar del suelo. Ella no contestó. Cuando cose se convierte en una máquina tierna, abocada por sobre todas las cosas a esa tarea, y estaba cosiendo el botón de una camisa mía.
—Gabriela —volví a decir, siempre leyendo, o mirando las letras de la página. No me había quitado el pilot; no me parecía necesario.
—¿Llueve? —preguntó finalmente ella. La imaginé en la misma posición, no habría levantado la cabeza para hablarme. Yo tampoco la miré, ni moví la cabeza.
—Sí, llueve —dije al fin.
No era una mentira exactamente. Casi adquirí la convicción de que había llovido, de que todo el día lo había pasado corriendo bajo bombazos de agua. Me hubiera ido a acostar para cuidarme el resfrío. Con una mano me cerré el cuello del pilot.