jueves, noviembre 03, 2005

La sangre y el agua

-Nunca pasaste hambre -me dijo-. Es por eso que no te animás a clavar un puñal en la espalda.
Dejó de mirarme, se dio todo el tiempo que quiso para beber de su copa de vino y por fin agregó:
-En cualquier espalda. Inclusive, o sobre todo, en la del pobre diablo que no se lo merece.
Dejó la copa sobre la mesa, siguió sin mirarme y se refregó las manos. Era un gesto que nada tenía que ver con sus afirmaciones, pero pareció que se lavaba las manos.