lunes, noviembre 14, 2005

Cielo y tierra

Desde el vuelo en la noche, la ciudad parecía una maqueta iluminada. Y a medida que el avión descendía, se apreciaban los pequeños autos avanzando por las avenidas; difícil imaginar que dentro de los diminutos vehículos iba gente. No se veían personas por ningún lugar. Y todo era ordenado, limpio y perfecto. Parecía una ciudad de juguete, sin pasiones ni conflictos. Hecha nada más que de fáciles distancias y de conjuntos de edificios.
Un poco después hubo los brillos de unos pequeños carteles luminosos, pero aún no aparecía la gente. Era como si se hubiese escondido para evitar que la espiaran desde el avión.
Y al fin, los primeros signos; unas minúsculos seres saliendo de lo que parecía una gran sala de cine o de teatro o un templo. Y luego una rápida sucesión de azoteas y no más luces y la oscuridad casi completa y la silueta de unos árboles en el horizonte y, de repente, suelo gris y luces violetas y la sensación de hundimiento y el ruido de las ruedas del avión. La íntima decepción de ya no ser un gigante.