miércoles, noviembre 23, 2005

Casi todas las noches

—Gabriela —volví a decir, porque ella no había respondido a mis ruegos anteriores en la oscuridad. Giró de nuevo hacia mí en la cama, estaba desnuda y quizás molesta. Se sentó y me miró. No había enojo en ella, pero tampoco buena disposición.
—No puedo —dijo—. Ya te lo expliqué. Me duele la cabeza, estoy preocupada, los problemas del trabajo.
Yo había oído ese discurso, antes. Le di la espalda.
—Está bien —dije, e intenté no trasuntar resentimiento. Tomé una vieja revista de historietas y traté de leer. Pero, a pesar de mis esfuerzos, no pude entender las historias. Sólo los dibujos.