martes, abril 19, 2005

Ella se pasea desnuda delante de mí

Ella se pasea desnuda delante de mí, que estoy leyendo y tomando café en el sillón de la sala. No es algo inusual, lo de ella ni lo mío; estamos así muchas veces en estos fines de semana, yo enteramente vestido, ella desnuda, sin pudor pero sin exhibición. No lo hace para provocarme sino simplemente porque se da una ducha, sale del baño y como hace bastante calor se queda así, cómoda; después de todo está en su casa y yo la he visto millones de veces desnuda; no es algo que me cause ya una tremenda, incontenible excitación. Anda desnuda por la casa como si estuviera vestida, con los mismos movimientos, actitudes y palabras. Se va a la otra habitación, oigo que enciende el televisor y se sienta en el silloncito; la veo a través de la puerta abierta. Toma unos ovillos de lana, rojos y amarillos, de una lata de galletas, y dos largas agujas. Comienza a tejer, con los ojos alternando entre el subir y bajar de las agujas y la pantalla del televisor, que no veo pero oigo (voz de doblaje, insoportable). Dejo el libro, la taza, me levanto y entro a esa habitación. Me quedo parado cerca de la puerta, con las manos en la cintura; empiezo a decirle lo que tenía que decirle y, mientras tanto, siento que es ridículo y cómico hablar así con una mujer desnuda, que teje sentada. Parece la antítesis del erotismo; sin embargo le miro los minúsculos pezones, oscuros, y el vello oscuro, casi negro, entre las piernas. Ella responde, estamos en un diálogo de lo más banal, me llega el olor a jabón perfumado que despide su cuerpo, que también despide una especie de teoría flotante, de que la desnudez no debe asociarse, siempre, con la sexualidad.