sábado, abril 02, 2005

Un estilo

Ella dialogaba de un modo muy particular. Quiero decir que, por ejemplo, usaba palabras que no coincidían del todo con el clima habitual de una conversación. Se empecinaba en usar palabras que ella consideraría neutrales, no ofensivas y más bien aclaratorias. Y no las usaba mal, al contrario; por momentos uno sentía cierta admiración por su estilo, que traslucía un pensamiento claro y bien articulado. Y uno no tardaba en descubrirse copiándole. Uno terminaba hablando como ella y sintiéndose vagamente culpable si no hablaba así. Su mera presencia hacía que uno se sintiera culpable. Era una mujer que se imponía a fuerza de claridad y de inteligencia. Con todo, uno terminaba rechazándola. No era posible que siempre se saliera con la suya. No era posible que siempre tuviera la razón. Había algo hipnótico en su estilo, y cuando uno se daba cuenta y despertaba del trance, uno se sentía mal y quería desquitarse. Uno intentaba desquitarse y ella, nuevamente, se salía con la suya. Su lógica era perfecta. No había manera de ganarle. Uno nuevamente terminaba hablando como ella. Pero el ánimo revanchista se diluía para siempre cuando uno descubría que ella hablaba así sin darse cuenta, convencida de que así hablaba todo el mundo y de que no era en absoluto un estilo suyo. Y si alguien le hablaba de otro modo, a ella le sonaba un poco raro y amenazante y se defendía hablando como ella creía que hablaría cualquiera. Y cuando el otro se plegaba finalmente a su manera de hablar, ella corroboraba, con íntima satisfacción, una vez más, que así se hablaba. Puestas así las cosas, lo único que cabía hacer era aceptarla. Uno la aceptaba, pues a la larga entendía cuánta oscuridad había detrás de la claridad de esa mujer, y cuánta debilidad detrás de su fuerza.