martes, abril 09, 2013

La Thatcher

Aunque es una figura que la Historia no olvidará (al fin y al cabo fue una de las principales propulsoras del renacimiento de la fuerza ideológica de la derecha, y todavía somos parte de esa época, quién sabe hasta cuándo), no me interesa aquí analizar demasiado la trayectoria de esta señora.
Me interesa, en cambio, los curiosos recuerdos que su muerte me suscita.
Las profesoras del colegio inglés al que concurrí durante tantos años. Uruguayas -nada parecidas, físicamente, a las inglesas- que no sólo estaban obligadas sino que parecían gozar de hablar todo el tiempo en inglés, incluso durante los recreos, incluso entre ellas. Por nuestra parte, no sólo estábamos obligados, al dirigirnos a ellas, a poner el "Mrs." antes de sus apellidos (generalmente "Rodríguez" o gruesas criolladas por el estilo), sino a hablarles en inglés en cualquier ocasión. Y ellas no sólo tomaban siempre el té sino que adquirían un impostado aire de lo que suponían, imaginaban, creían, soñaban que era típico de una dama inglesa. Una dama, entiéndase; no una mujer inglesa. La diferencia es grande, creo yo.
Porque se les notaba la sutileza perversa de la expresión facial. Ese ejercicio suave del desprecio que, por cierto, podía uno percibir también en la gestualidad de la propia Margaret Thatcher. La "dignidad" de una dama que se siente irreversiblemente superior a esos plebeyos inútiles que la rodean. En fin. No son buenos recuerdos.
Y si soy injusto con las altas señoras británicas, lo lamento; no dudo que las habrá bondadosas y cordiales, pero aquellas profesoras, en conjunto con la imagen de la legendaria primer ministro, no me predisponen a un retrato más amable.