sábado, octubre 13, 2012

(fragmento de un cuento inmobiliario)

(...)

No me entusiasmaba, no me urgía, ni siquiera estaba seguro de que fuera bueno o necesario, pero la casa era gigantesca, el precio conveniente y mi apartamento había triplicado su valor desde que la sede del gobierno se había instalado en las inmediaciones. Por lo que no di con un motivo para negarme a visitar y curiosear. En el peor de los casos, me haría una idea de lo que ofrecía la zona -el Centro, donde vivo y trabajo desde hace tantos años y donde, en realidad, me conviene trabajar. Además, una casa me vendría mejor, así evitaba los gastos comunes y pagar un garage porque el edificio donde vivimos no tiene uno. Es decir que mi única motivación para salir de la placidez  y visitar una casa ignota era tener, en el futuro, un poco más de dinero en los bolsillos. Como dije, no me entusiasmaba. No quería mudarme. Era nada más que una posibilidad. Un "negocio", digamos. Pero no soy hombre de negocios, y estos trámites me exasperan.
Así que miré el dvd hasta la mitad, puse "pausa", nos vestimos y salimos. El sol daba en los ojos, pero había llovido un rato antes y cierta frescura subía desde la vereda. No estaba mal, un paseo. La casa quedaba a unas diez cuadras del edificio, yendo hacia el puerto. Estas no son mis calles preferidas. En la noche hay marineros borrachos, prostitutas y delincuentes. Mucho griterío, supongo. Pero durante el día son quietas, austeras, desoladas y casi amables. Un viejo mundo mal conservado y en aparente desuso. Un rincón donde la Historia demuestra que está muerta. No sé si mis clientes gustarían de tocar el timbre en uno de estos grandes mausoleos abandonados.
Desde que trabajo en mi apartamento -que es grande, con una gloriosa vista a la plaza y al mar -y con una recepción de apariencia antigua y europea- me siento más tranquilo: antes, atendía en una pequeña habitación interior a los fondos de la oficina de mi padre. La puerta principal era compartida, se creaban confusiones, los clientes debían avanzar por un penumbroso pasillo... En fin, nunca habría ganado el premio a la más bella oficina de la ciudad. Ahora, en cambio, me permito cobrar honorarios más altos y hacer un trabajo de mayor calidad. Me siento dueño de mi cálido espacio con luz natural y vista amplia. Sentirse bien es fundamental para que el otro quede impresionado. Lo aprendí apenas me mudé.
No se me escapaba que otra mudanza podía implicar otro cambio por el estilo... y no para mejor. Pero me lo tomaba con calma. Nada me obligaba a mudarme. Avanzamos hasta la penúltima calle anterior al puerto y doblamos.
Hablo en plural, porque iba con mi esposa,  impulsora hasta frenética de los cambios. Gran discutidora en pro de los cambios. (...)