viernes, septiembre 14, 2012

Acoso

Estoy en el cordón de una esquina, esperando a que cambie el semáforo. Es un día ajetreado, en el centro de la ciudad. Ruido, coches, ómnibus, humo, personas; demasiadas personas. A mi lado, un poco más adelantada, hay una chica. Realmente bonita, en falda corta y blusa ajustada. Escucha su i-pod; los blancos cables en el fondo de las orejas, bajo el cabello corto. Una moto grande con dos muchachones se detiene; queda bien delante de ella. Cual simios de una especie muy retrasada en la escala evolutiva, empiezan a emitir improperios, las caras lascivas. Aunque el asunto no tiene que ver conmigo, me siento incómodo. La chica, en cambio, no muestra signos de incomodidad: con plena gracia y confianza en sí misma, con un aire de “no sé de qué me hablan”, se señala con un dedo los auriculares del i-pod, como diciendo “no oigo”. Y cuando el semáforo cambia, cruza la calle sin apuro, como si, en efecto, nada hubiera oído. Se ha ganado mi admiración.