lunes, febrero 01, 2010

(fragmento de un diálogo durante el desayuno)

ÉL: Anoche tuve un sueño raro. Yo andaba, creo, por la China, aunque me parece que también por otras partes de Asia. Andaba por ahí y estallaba la gran noticia: los chinos nunca habían sido chinos: ellos nos habían engañado durante siglos y siglos con la existencia de la raza cuando en realidad habían sido siempre como nosotros, igualitos a nosotros.
ELLA: ¿No tenían los ojos rasgados?
ÉL: No; ni la piel amarilla. Y su larga cultura -Lao Tsé, Confucio, el imperio, las artes marciales, la cocina delicada, la pólvora, los dragones, la ópera, la revolución cultural- había sido nada más que una gigantesca patraña para engatusar a Occidente. Nunca habían creado, creído ni practicado nada de eso.
ELLA: Pero ¿por qué querían engañar?
ÉL: Si lo pienso despierto, no lo sé. Pero durante el sueño se entendía. No busques coherencia argumental.
ELLA: Yo le encuentro, sin embargo, un sentido.
ÉL: ¿Cuál?
ELLA: Fue un sueño racista. Preferirías que los chinos no existieran; mejor dicho: que las diferencias no existieran. Preferirías que el mundo fuera igual a vos y a tu mundo.