sábado, noviembre 24, 2007

Qué sueno angustioso, por Dios. Yo había participado en una jornada científica en un pueblo del interior, y esperaba sentado en un ómnibus para regresar a Montevideo. Pero -esas cosas de los sueños- éste demoraba mucho en partir y yo por lo tanto bajaba para recorrer el inmenso centro comercial de la terminal. Daba vueltas durante horas hasta que salia al exterior y hallaba que había anochecido y que el ómnibus se había ido.
Qué angustia. En particular porque veía a mi jefe -un tipo maquiavélico de apariencia amariconada a quien detesto con excelentes razones- abrír la puerta de su coche. Era mi única posibilidad: pedir que me llevara con él a Montevideo.