jueves, septiembre 27, 2007

(infierno) (3)

El mío, mi infierno personal, no terminaba de convencerme. Reconozco que es malo, pero no lo suficiente. Tengo peores infiernos en mí. Sólo se me ocurrió quedar encerrado para toda la eternidad en el mausoleo de Artigas, en ese espacio subterráneo, vacío y absurdo, entre altas paredes de mármol oscuro, donde sólo entra una escasa luz por una pequeña claraboya sobre la urna funeraria que cuidan dos guardias con uniformes vistosos, rígidos y en total silencio como maniquíes. Y yo ahí dando vueltas, oyendo el eco de mis pasos, leyendo una y otra vez las enormes inscripciones en las paredes, sin más contacto con el exterior que mis recuerdos.