martes, agosto 29, 2006

Proceso

"No debí acompañar al profesor", pensé, "no en esta noche oscura". El profesor me tomó por un brazo y me obligó a acercarme a la lápida.
-Antiguo pariente mío -dijo con esa voz siempre sonriente. Encendió una poderosa linterna y la colocó sobre la lápida. Así lo vi mejor; se acodó con toda tranquilidad al monolito.
-Estimado amigo -me dijo mientras encendía un cigarrillo-, ya le hablé durante la cena sobre algunas cositas que investigo. Ahora quiero que tenga oportunidad de conocerlas en forma directa.
-¿A qué se refiere? -dije en un temblor, pues su charla durante la cena había sido confusa e inquietante.
Su figura se movió, se ubicó delante de la linterna; descubrí con sorpresa que tenía una pala entre las manos.
-¿Está dispuesto a trabajar? -invitó en tono amigable.
No respondí. Me entregó la pala, aunque él seguía teniendo una, como si se hubieran duplicado.
-Cavemos -dijo. Dio una última pitada al cigarrillo. Lo tiró a la tierra de la tumba.

Cavamos durante casi una hora. Cuando llegamos al fondo, el profesor subió por la montaña de tierra, tomó la linterna y cuidadosamente descendió.
-Vea -me dijo. Seguí el haz de luz y me encontré con un espectáculo pavoroso: el esqueleto de un niño muy pequeño.
-Un bebé -aclaró el profesor-. Mi tío Franz, que murió de constipación hace décadas.
Mantuvo la luz. Me agaché y miré mejor; era realmente patético, esos huesos pequeños y sucios...
-Qué triste -dije, y me paré.
-Sí -repuso simplemente el profesor.
Quedamos un rato en silencio, como si veláramos al niño.
De súbito el profesor dijo:
-¿No le llama la atención que no sea cenizas?
La frase me chocó; al mismo tiempo, extrañamente, me esperanzó.
Con horror vi que el profesor se inclinaba hacia el esqueletito y lo levantaba con cuidado. Temí que se deshiciera, que cayeran los pedazos. Pero el profesor era ducho; lo levantó entero y casi se diría que lo acunó.
-Lo sometí al proceso -explicó.
-¿El proceso? -musité.
-Sí. Lamentablemente no es completo. No he logrado todo. Sin embargo... ¡Observe!
Obedecí, y el pequeño esqueleto se movía.
Quizá yo alucinaba... Quizá el profesor me había puesto una droga en la bebida...
-¡Hola, Franz! -dijo el profesor con cariño. El esqueleto se movía como un auténtico bebé. Movía las piernitas, los bracitos, la cabecita... -¿No es encantador? -dijo el profesor levantando la vista hacia mí.
En ese momento se oyó un gemido agudo a lo lejos. Me erizó la piel.
-¡Dios! -se alarmó el profesor-. ¡Se aceleró el proceso de Emilia! ¡Vámonos!
Se azoró con el esqueleto-niño en brazos.
-¿Qué sucede? -exigí.
-¡Emilia! ¡Es Emilia! ¡La madre de Franz!
El profesor trepó por la montaña de tierra; lo seguí. Cuando estuve arriba, mire en derredor; un esqueleto adulto avanzaba en la noche hacia nosotros, chillando con algo que me pareció dolor. Corrimos, subimos a la camioneta, la encendí y arranqué. El profesor, a mi lado, sentó sobre las rodillas a Franz.
-Una madre posesiva no deja de serlo porque esté muerta -espetó, moviendo la cabeza con disconformidad.
Huimos a gran velocidad a través del cementerio.