martes, enero 24, 2006

El reflejo

Ella entró al bar donde la esperábamos y se acercó con su sonrisa de ratón a la mesa, dijo dos o tres frases y todos se rieron (yo no sé si me reí; estaba demasiado atento a ella y a los demás como para darme cuenta) y luego giró las amplias caderas y se sentó en una silla que alguien le acercó; sacó de inmediato un cigarrillo y, casi sin dejar de parlotear, de mirar a todos y de reír, se lo puso entre los labios y se inclinó hacia la llama que alguien le extendía; ni siquiera mientras chupaba el humo hizo una pausa: continuó hablando en ese tono agudo y alegre y todos la escucharon con agrado, era el centro de atención a pesar de que estaba diciendo cosas más bien tontas -más bien tontas para mí, al menos, aunque yo también la escuchaba, criticándola mentalmente pero siguiendo con atención sus palabras o más bien los irregulares espacios que quedaban entre sus palabras, los signos de puntuación invisibles -y jadeantes, pues ella parloteaba con una especie de entusiasmo ansioso que quería mostrar burla, burla alegre hacia todo y cuyo único contenido real sería la frase Soy yo, soy yo; aquí estoy, ¡mirénme! Yo pensaba que uno debía ser demasiado tolerante para fascinarse con una mujer así, como les ocurría a casi todos en la reunión. Decidí dejar de mirarla y giré la cabeza en la dirección contraria; me vi casualmente reflejado en el vidrio de la puerta: yo también parecía fascinado. "No puede ser", pensé con sorpresa, con vergüenza, con angustia, y dejé de mirarme en el reflejo; me recliné hacia atrás en la silla y me dediqué a mirar a esa mujer nerviosa y habladora, a mirarla con recelo, con inquietud y con algo parecido a la obsesión.