jueves, noviembre 25, 2004

Belleza

Ella no era precisamente hermosa. Se puede decir que a primera vista era fea y más bien desagradable, y que el desagrado iba desapareciendo a medida que uno la conocía —uno la encontraba entonces interesante, lúcida y vagamente atractiva—, y que la fealdad se le iba borrando a medida que ella iba tocándolo a uno; pues permanentemente lo tocaba a uno, y siempre en el momento adecuado; apenas un roce de los dedos en el antebrazo, un roce de los dedos en la espalda, un roce de los dedos en el hombro, y uno se interesaba mucho más y la encontraba aún más lúcida, y sumamente atractiva. Dejaba por completo de ser fea. Era milagroso. De todos modos, uno no perdía por completo el sentido de la realidad —y cuando ella se alejaba y uno la observaba a distancia, sin que ella lo tocase, uno recordaba que ella era fea; así y todo, la impresión de belleza permanecía, como un aura o como una nueva realidad, superpuesta a la anterior —y, por eso mismo, mucho más interesante.