miércoles, junio 18, 2014

Discurso de la presentación de SMITH (en Montevideo)

(No es exactamente lo que dije durante la presentación, ya que improvisé, pero en esencia es lo mismo).

Buenas noches a todos, bienvenidos y gracias por venir.
Voy a tratar de contarles, hasta donde pueda, de qué va este libro, SMITH. Quizás la mejor manera de hacerlo, de empezar a hacerlo, sea contarles cómo surgió.
Hace unos años, tuve una racha de lectura intensa de novelitas policiales de los años cuarenta o cincuenta, en su mayoría norteamericanas.  Todavía las leo, aunque ya no tanto. Bueno, leyendo estas novelas –algunas eran buenas, otras bastante malas pero igual las leía- empecé a notar que el genéro policial, atrapante como es, depende para atraparnos de unos trucos bastante burdos. Para mantener el interés del lector, necesita todo el tiempo que acontezcan cosas, descubrimientos, giros en la trama. A cada rato un nuevo acontecimiento. Y sobre todo, necesita que el final sorprenda: si uno adivina el final de un policial, este fracasó. Esta estructura del policial es su fortaleza, pero también, iba descubriendo yo, su flaqueza. Porque para mantener el interés y, especialmente, para sorprender, tiene todo el tiempo que inventar situaciones y la mayoría de las veces esas situaciones son inverosímiles, casi absurdas, y así, en muchas ocasiones, a pesar del placer que me causaban, esas novelas me resultaban grotescas. Literariamente grotescas, y no de una manera intencional. No eran grotescas por necesidad expresiva de los autores sino por una mera imposición autoritaria del género. Así, vi que grandes novelas como El largo adiós, de Raymond Chandler –un escritor excelente- dependían para su resolución argumental de verdaderos disparates, de verdaderas ridiculeces, de verdaderos desatinos. E insisto, esos disparates, esas ridiculeces, esos desatinos no eran intencionales. Eran manotones de ahogado que daba el escritor para cumplir con la obligación de resolver la trama. Esto se explica porque el genéro policial es un género comercial; en aquella época, se podía hacer dinero escribiendo esas novelas, pero se estaba obligado a cumplir literariamente con ciertas reglas muy rígidas –y no siempre era fácil cumplir de una manera decente, por lo tanto los autores recurrían a cualquier cosa que se les ocurriera, a cualquier verdura, con tal de sorprender. Incluso un gran autor como Chandler.
Y si Chandler cometía disparates, ya ni hablemos de los autores malos…
Así que después de esa racha intensa de lecturas, noté que mi relación con el policial era ambigua: por un lado admiraba la capacidad para atrapar al lector y por otro lado los recursos a que echaban mano los autores para hacerlo me parecían involuntariamente cómicos.
Fue entonces que se me ocurrió hacer algo que otros autores ya han hecho, aunque creo que no llevándolo al extremo al que lo llevé yo. Se me ocurrió escribir un policial paródico, y en principio fue nada más que un juego. No me pareció que fuera a escribir nada importante. Lo primero que hice fue apropiarme del lenguaje de las policiales; es decir de ese español neutro traducido del inglés. Empecé a escribir sin tener la menor idea de adónde iba; es más: empecé a escribir sin creer que iría a alguna parte. Pensé que escribiría tres o cuatros páginas por diversón, y que a lo sumo era un ejercicio de escritura. Entonces ocurrió algo.
Quienes hayan leído mi libro anterior, Un puente largo y antiguo, sabrán que hasta ahora yo no me había caracterizado, como autor, por escribir largo. Habían en ese libro un par de cuentos extensos, pero en general se trataba de cuentitos de no más de dos, tres o cuatro páginas. Pero empecé con este proyecto de parodia a la novela policial, y me di cuenta de que seguía escribiendo y escribiendo, que cada vez acumulaba más páginas, que la cosa empezaba a parecerse a una novela… Era raro, porque yo creía estar jodiendo no más.
Por otra parte –y esto es otra diferencia con mi libro anterior- estaba escribiendo en tercera persona, abandonando el yo, el yo que obsesiona a algunos críticos que hablan de las escrituras del yo. Estaba escribiendo largo, en tercera persona, y empezaban a aparecer cada vez más personajes. Una cantidad de personajes. Y empezaba a divertirme cada vez más. Mi único criterio era respetar, pero en broma, trasgrediéndolas, burlándome de ellas, las reglas del policial: mantener el interés haciendo todo el tiempo zig zags en el argumento. Cuando una situación me aburría, hacía aparecer un nuevo personaje y ¡listo!, podía seguir escribiendo. Seguía sin tener idea de hacia dónde iba. Sólo trataba de conservar cierta lógica en las situaciones. Y disfrutaba metiendo adrede situaciones más bien ridículas: lo que hacían los viejos novelistas policiales porque era su deber -y les quedaba disparatado sin querer-, yo lo hacía a total conciencia y además lo exageraba.
Llegó un punto en que me sorprendí a mí mismo. Empezaban a pasar cosas que me interesaban mucho. Cosas que al principio yo pensaba que eran estúpidas, pero a la vez, en el fondo… no lo eran… tenían su peso, su significado, su emoción. El autor nunca es totalmente conciente de lo que hace. Creo que hasta es deseable que no lo sea, en alguna medida. Debe sorprenderse a sí mismo. Y yo me estaba sorprendiendo a mí mismo, no sólo porque la supuesta novela paródica empezaba a parecer más seria y significativa que lo previsto, sino porque estaba escribiendo una cosa larguísima, casi una novela.
Y ese fue el punto de partida del libro, el relato que aparece en primer lugar. Se llama El futuro es nuestro, y afirmo que es mucho más que una parodia al policial. Es quizás una parodia del mundo…
También ese relato fue el punto de partida de Smith, del personaje Smith, que se volvió protagónico a mi pesar. Esa fue otra sorpresa: al principio yo creía que Smith era un personaje secundario, y sin embargo se adueñó de El futuro es nuestro. Todo empezó a girar en torno a él.
Y creció a tal punto, que empecé a escribir otras narraciones con él como protagonista.

¿Quién es Smith? Lo conocerán a fondo cuando lean el libro, pero puedo adelantar que se trata de un norteamericano gordo, torpe, ingenuo y de mediana edad, muy solemne a veces, con ciertas pasiones muy reprimidas, que como dice la contratapa del libro, observa la locura del mundo. La observa y, agrego yo, no la entiende. O cree entender y se equivoca. Ese es quizá el mayor motivo de humor del libro: los pensamientos de Smith, sus reacciones ante las situaciones que se le presentan. Es un pobre diablo, que trata de actuar correctamente y la realidad lo supera. También, en ocasiones, lo superan su propias pasiones –que no quiere admitir-. Después voy a volver sobre este tema de que Smith es un pobre diablo, porque me parece importante.


Ahora me interesa dar una panorama general del libro, porque hablé mucho de la novela policial, y temo que ustedes se queden con la impresión de que todo el libro es así. En realidad cada relato tiene, hasta cierto punto, un método distinto y propio. El futuro es nuestro, el primero, el que les acabo de nombrar, sí sigue más de cerca los métodos del policial –para reírse de ellos y hacer con ellos cualquier otra cosa, una cosa que, van a ver ustedes cuando lo lean, es incluso política, o sobre todo política- pero el resto de los relatos van más bien por otros carriles. Sólo quizás la escritura se mantiene en parte en ese tono de literatura traducida y de otra época y de otro país. Aunque también con la escritura transgredí bastante, a partir de ese estilo. Va hacia otro lado aunque surja de ahí. Va más allá de ese estilo.
No voy a mencionar cada cuento porque podría aburrirlos, pero digo que todos acontecen en un Estados Unidos imaginario, de pacotilla, de cartón pintado. El Estados Unidos que surge de esas viejas novelas policiales. Obviamente no se trata del país real. Aunque en cierto modo, sí; porque si Estados Unidos no pesara tanto en el mundo, sobre todo culturalmente, es improbable que yo hubiera escrito este libro, ¿no? En cierto modo, este libro es una especie de ajuste de cuentas con ese peso de los Estados Unidos. Con ese peso que todos hemos experimentado desde siempre.

Son seis relatos. En cada uno descubrimos nuevos aspectos de los personajes, y sobre todo, nuevos aspectos de Smith. El rompecabezas de la personalidad y de la vida de  Smith se va armando. A través de los distintos relatos tenemos datos sobre su infancia, sobre su juventud, conocemos a su esposa, a sus desvelos, en fin… conocemos a Smith a lo largo de estos seis relatos interrelacionados, que comparten líneas argumentales. Son textos independientes unos de otros, podrían leerse por separado, pero juntos se enriquecen y ganan en sentido.


 Hasta ahora, describí el libro, hablé sobre la superficie visible del libro. Ahora voy a reflexionar, brevemente para no cansarlos, sobre el fondo del libro.
 Para eso, leo la frase inicial de Smith lee una novela. “Smith cerró el libro. Se preguntó qué mensaje le había dejado”.
 Porque en cierto modo todos somos ingenuos, como Smith, y aunque sepamos que la literatura, que el arte en general, es polisémico, es decir admite varios sentidos a la vez, queremos quedarnos con la idea de que “este libro quiere decir tal cosa”. Entonces, voy a hablar de la supuesta “cosa” que quiere decir.
 En primer lugar, esto no es claro para el propio autor. Como comenté antes, uno se sorprende por lo que escribe, y no descubre qué significado tiene hasta tiempo después de que escribió. Para el autor, el sentido de un texto siempre se da con posterioridad. Es el inconciente el que escribe, o al menos el motor de lo que se escribe. Uno simplemente se ocupa de redactar, de corregir, de perfeccionar el texto, etc. Tareas más bien artesanales. Pero en el fondo, algo quiere decir, aunque uno no lo sepa. Entonces, voy a comentarles las conclusiones a las que llegué después de tener escrito el libro y de haberlo releído unas setecientas mil veces.
Ustedes sacarán luego sus propias conclusiones; pero yo digo que SMITH, el libro, habla en el fondo sobre la inaccesiblidad de la realidad. Dicho más sencillamente: este libro sugiere que la realidad se nos pasa por el jopo y que todos somos, hasta cierto punto y en varios momentos, unos pobres diablos como Smith. Nunca sabemos dónde estamos parados, aunque, como Smith, creamos saberlo. Nunca sabemos bien cómo son los otros, y como Smith, nos sorprendemos mucho cuando los otros pierden sus máscaras, cuando -como dice la contratapa- los otros se “metamorfosean vertiginosamente”. Tampoco a nivel político, a nivel social, sabemos qué solución es buena o es mala, o cuánto de bueno y cuánto de malo tiene una solución; una solución que quizás es un problema. En verdad no podemos saberlo, a pesar de que creamos saberlo. Cualquier ideología o creencia –el comunismo, el neoliberalismo, el fascismo, la democracia liberal, el feminismo, la nueva agenda de derechos, la gloriosa celeste- no son más que pobres cosas con las que pretendemos engañarnos de que comprendemos la realidad. Pero en verdad, como Smith, nunca sabemos cuánto podemos confiar en el mundo, y cualquier intento de comprensión del mundo es no sólo limitado, sino seguramente un error en alguna medida. En ese sentido, todos somos Smith, aunque nos consideremos más inteligentes, cultos y sofisticados que él. Riámonos de Smith entonces, pero no olvidemos que estamos riéndonos de nosotros mismos.
Ese, a mi entender, es el “mensaje” último de este libro, y lo que le da su peso.

Por último, antes de terminar, quiero agradecer a alguna gente. En primer lugar a mi mujer, Marianella, sin cuya paciencia cariñosa no podría escribir. Después a Felipe Polleri, que leyó los originales y me dio para adelante siempre. También a María Solá, que leyó alguno de los originales y me hizo comentarios interesantes. Y finalmente a Estuario editora, por publicarlo y hacer su trabajo de una manera muy profesional.