jueves, agosto 12, 2010

Razones

Continúa viviendo/La respuesta está al final, cantaba George Harrison. Un mensaje así se encuentra en los más diversos textos, incluidas las conversaciones. Hay que vivir, y al final obtendremos la respuesta, sea ésta sobrenatural o un resumen comprensivo de la totalidad de la existencia. Posiblemente es cierto, aunque quien redacta estas líneas no está –gracias a Dios y a la Virgen- en condiciones de comprobarlo. Pero inclusive en la certeza, la propuesta me parece abismal; ¿hay que vivir todo este tiempo para llegar, justo en el último momento, a la razón última? ¿Y para qué entonces esa cantidad de años que al parecer sólo ganarán sentido en ese instante previo al que inmediatamente cesamos de existir? Es estúpido. Como La muerte de Iván Ilich, con la pequeña diferencia de que la novela de Tolstoi es, por lo menos, una novela. Aunque, al fin y al cabo, también la expectativa de una “respuesta” puede ser algo como una novela. Una de las tantas que necesitamos para soportar la cantidad de años, etc.
Por mi parte, con la idea de ganar tiempo y aprovechar cada minuto, me adelanto y hago una lista de las “razones” que conozco para persistir en la vida. No sé si serán universales.
En primer término está el mero instinto, o más abarcativamente lo que Borges llamaba el “permanecer en el ser”. Uno quiere ser uno, no importa por qué ni para qué. No tolera, y considera una injusticia dramática y hasta una broma injuriante, dejar de ser. Creo que esto no requiere de demasiada explicación; todos lo entendemos. Aunque, si se lo piensa bien, no es sencillo: ¿por qué, a fin de cuentas, permanecer a cualquier precio? Sobre todo cuando el “precio” puede (suele) ser alto.
Habría que buscar entonces el contrapeso, la otra “razón” que hace llevadero el peso de las muchas desgracias y del mucho tedio. Cualquier imbécil lo sabe: es el disfrute. Con alguna frecuencia disfrutamos, y basta la más tenue privación de lo elemental –la comida, el techo, la consideración, el sexo, la buena salud- para comprender cuán endemoniadamente buena puede ser la existencia. Además, están los logros, que serán grandes o minúsculos pero que a nadie le faltan.
Sin embargo, y esto es importante, hay otra “razón”, menos clara y famosa: la curiosidad. Hablo por mí: me niego por completo al suicidio porque entonces me perdería el día de mañana. Y me resultaría insoportablemente absurdo. Yo, mientras pueda, quiero saber qué pasará en este mundo, quién ganará las próximas elecciones, qué clase de ropa usará la gente, qué libros interesantes o tontos se publicarán, qué restoranes abrirán o cerrarán sus puertas, qué avances tecnológicos y médicos nos esperan, qué se opinará sobre este o aquel tema, en qué se convertirá la cara de la mujer que me obsesionó, en qué se convertirá mi cara. Si me lanzo bajo las ruedas de un camión, no sabré nada de eso y seré el único responsable. Esa responsabilidad en absoluto la quiero y se la dejo al Gran Otro. Allá él, que haga lo que quiera. Yo seguiré acá mientras me lo permita el cuerpo, mirando alrededor y, aunque cansado, bastante interesado.