viernes, octubre 06, 2006

Perdido en Colonia

Luego del cuento de Sergio sobre los dos policías artiguenses que se dedicaban al contrabando y que saludaron, confundidos, al helicóptero de Inteligencia que los filmaba mientras ellos paseaban en sus lanchas lujosas y tomaban abundante whisky escocés, Helmut pasó a contarnos sobre su abuelo, un viejo exilado nazi, ya muerto, que vino a refugiarse al campo oriental.
-Tenía psicosis de guerra y cuando pasaba una avioneta -pero una avioneta de esas que sueltan fertilizante- se desesperaba y gritaba y corría a refugiarse a su casa. Se encerraba en el cuarto de baño, temblando, y no salía hasta una hora después.
Me hizo gracia, si bien no quise reírme porque, después de todo, se trataba de su abuelo; y además yo sospechaba que Helmut también era nazi, o por lo menos pro-nazi. Recordaba muy bien que una vez le había oído decir, en tono de queja:
-¡Hitler fue un líder político como cualquier otro!
(En aquella ocasión Sergio y yo habíamos intercambiado unas miradas de asombro, pero habíamos disimulado y no le habíamos discutido a Helmut, porque discutir ese tipo de cosas es, a fin de cuentas, totalmente inútil y hasta prosaico, como discutir sobre religión. Por lo demás, Helmut no parecía una mala persona, al contrario, parecía tranquilo y bastante generoso. Un gigantesco alemán enrojecido por el sol uruguayo. Un gigantesco rubio que tomaba mate, escuchaba las trasmisiones de fútbol, discutía en un idioma incomprensible con su mujer y en un idioma absolutamente comprensible y sin acento con sus peones y con nosotros. Sus cuatro hijas, en cambio -muchachitas blancas y rubias, sorprendentes en medio del campo uruguayo-, nunca nos dirigían la palabra y hablaban entre ellas en alemán delante de nuestras narices. Me caían mal. Eran unas campesinas pretenciosas que sólo se vinculaban con gente de la iglesia menonita. Y eso era extraño porque su madre, la señora de Helmut, era, por el contrario, muy dada. Tan dada que Sergio creía que ella quería algo con él. Y tal vez tenía razón, pues la señora era un poco demasiado extrovertida y desenvuelta, un poco demasiado expresiva, y parecía llevarse mal con Helmut, que quería dominarla. Ella era, en un sentido, todo lo contrario de sus reservadas y excluyentes hijas. Parecía estar asfixiada por tanta cerrazón alemana. Si bien Helmut no era realmente cerrado. Pero quién sabe cómo eran las cosas en su casa, cuando no había visitas).