lunes, noviembre 29, 2004

Cartel de Pare

Había varios carteles de tránsito, pero ninguno tan llamativo como la muchacha que esperaba para cruzar, detenida al lado de un cartel de PARE. Al verla, los conductores o frenaban o aminoraban la marcha, pero todos tocaban la bocina y se inclinaban hacia la ventanilla para gritar desaforadamente, y la muchacha —alta, delgada y de piernas llamativamente largas y enteramente desnudas (hasta el inicio de las caderas, donde apenas las cubría la minifalda en forma de ve corta)— hacía de cuenta que no prestaba atención; parecía desdeñar a esos hombres, aunque en su fuero íntimo —pensaba yo, mirándola desde la altura de mi apartamento— había logrado su objetivo.
Y su íntima razón de ser se desplegó ante todos cuando se hizo un hueco en el tránsito y pudo cruzar: vimos entonces cómo las largas piernas desnudas avanzaban majestuosamente en medio de una aparente masa densa y traslúcida que se pretendía superior a este mundo —aunque, pensé, había un punto flaco en aquella pretensión: la masa, superior y todo, necesitaba de nuestra mirada para existir.
La muchacha siguió por la vereda transversal a esa calle y desapareció de mi vista. El tránsito retomó su flujo normal. Me separé de la ventana y bajé las cortinas. Ya en la oscuridad, me asombró pensar que, a la vez, mi mirada quizás necesitaba de toda aquella masa que había existido allá abajo, no para existir pero sí para tener sentido o alegría.