lunes, octubre 28, 2013

La enorme mano

A veces noto, sobre todo cuando camino demasiado, que las articulaciones de la pierna izquierda, esa que me lastimé hace un año,  crujen un poco. No es un ruido sino una sensación interna que me preocupa. De todas maneras, visto desde afuera,  pareceré un hombre de mediana edad, no diferente a otros, y en todo caso un poco más juvenil que otros.
Pero yo sé de la pierna. Y me parece que lo sabrán los demás. No es cierto, y cuando paro, ahora, frente a la vidriera del pequeño local en la Ciudad Vieja, me olvido del asunto aunque los objetos coloridos bien podrían recordármelo. Son lámparas, portalápices, portaretratos, pequeñas bibliotecas que, en esencia, intentan copiar o parodiar el estilo de los años setenta. Y yo viví en los años setenta, tenía siete años cuando empezó la década, pero los objetos de la vidriera me gritan que no son para mí. Que son para quienes nacieron mucho después y creen que aquella no fue una época sino un mito del que burlarse y al que admirar. Están equivocados. Los años setenta, su sabor, eran muy distintos y más monocromáticos.
Recuerdo los muebles de mi casa. Casi todos negros, cuadrados, rectangulares. Una casa decorada a regla y escuadra. La pesadez de las cosas: los teléfonos, las alfombras, los sillones, los televisores. No recuerdo nada rojo ni amarillo; todo era verde oscuro, blanco amarronado y negro, siempre negro. A mis compañeros de clase mi casa les parecía “moderna”.
Ahora que vivo en un apartamento antiguo, realmente antiguo –edificio construido en los años treinta- encuentro que esos muebles heredados reciben la admiración de la gente joven que me visita. “Qué retro”, exclaman, yo diría que con placer. La tolerancia que dan los años me permite recibir con una semisonrisa los halagos… Porque sé, lo he comprobado, que gustan de las formas y no se interesan por la realidad. Ninguno de ellos, jamás –y podrían hacerlo, me saben condescendiente- me preguntó sobre aquella época. A lo sumo, alguna anécdota genérica y a fin de cuentas inane sobre la dictadura. Porque si bien hubo una feroz dictadura, no fue lo único, ni, para mi gusto, lo principal. Mi imagen de aquellos años son, sí, estos muebles, y cierta curiosa uniformidad en las maneras y el pensamiento que eran, en efecto, producto de la dictadura pero en esa época nadie lo entendía así. O al menos, nadie que me rodeara. Pero creo que tampoco la gente de izquierda; no plenamente. Es imposible conocer cómo es por fuera la enorme mano que te tiene atrapado.
Y esa enorme mano es la que tiene, ahora, atrapados a estos jóvenes.